Gustav tenía 12
años cuando ocurrió el accidente. Y
es el accidente porque no fue un
accidente cualquiera, fue el accidente que le cambió la vida. Gustav tenía 12
años cuando tuvo que empezar de cero. Y cuando digo empezar de cero no me
refiero a empezar en una nueva ciudad, en un nuevo colegio, con unos nuevos amigos…
No, no, Gustav comenzó completamente de cero. Tuvo que (re)aprender a hablar, a
caminar… Tuvo que (re)aprender a hacer absolutamente todo, incluso tuvimos que
recordarle quiénes eran Papá y Mamá. Muchos adultos estarán pensando en las
grandes cantidades de dinero que pagarían por tener una oportunidad como esa.
Tener una vida totalmente en blanco, poder rectificar los errores cometidos,
volver a nacer… No saben lo equivocados que están. Aunque no lo parezca, a los
12 años es demasiado tarde para volver a nacer, hay cosas que a los 12 años ya
no se pueden aprender. Gustav nunca fue un niño normal, no a partir de
entonces. Podía parecerlo físicamente, siempre fue alto para su edad, con el
pelo castaño y una bonita sonrisa, pero bastaba mirarle a los ojos para
entender que algo no iba bien del todo. Sus grandes ojos de renacuajo miraban a
su alrededor sorprendidos, entusiasmados, parecía que cualquier cosa podía
captar su atención. Gustav antes era Gustave
pero él nunca aprendió a escribir bien la e, así que con el paso del tiempo todos empezamos a llamarle
Gustav.
Mamá nunca llegó
a superar el accidente. Y Papá…
Bueno, él se empeñó en hacernos creer que sí, pero no hubo ni una sola noche en
la que Papá no llorara. Mucha gente a lo largo del tiempo me ha preguntado por
qué yo tuve que cargar con Gustav. Y
yo siempre contestaba lo mismo. No podría
haber sido de otra manera. Para mí Gustav nunca fue una carga, para mí fue
todo lo contrario. Tenerlo junto a mí cada día fue una oportunidad que no pude
desaprovechar. Fue quien me mantuvo atada a mi parte de niña. Fue mi Peter Pan particular.